viernes, 4 de septiembre de 2009

La resistencia de la vieja política, por Maximiliano Sacristán *

Ante el inminente rechazo de nuestro Honorable Concejo Deliberante al proyecto de ordenanza denominado «Banca del Pueblo» presentado por el Partido Socialista de nuestra ciudad, del que yo formo parte, me gustaría aquí delinear algunas ideas que nos ayuden a entender esta realidad. Creo que es el momento ideal en nuestra vida política local para regresar en el tiempo hasta aquellos que, ni más ni menos, inventaron la política como una forma radicalmente innovadora de convivencia humana. Me parece que para comprender en profundidad este rechazo de nuestra dirigencia política a la participación activa de nuestros vecinos, debemos hacer el esfuerzo por volver a las fuentes e intentar redefinir algunas palabras claves del juego de la política. Así que empecemos por el principio.
Repensar lo político: dónde está el ciudadano
El fenómeno político nace en la antigua Grecia como una misión humanizadora: darle lugar en el espacio público a aquellos habitantes de las clases postergadas a través del poder civilizador de la palabra. Allá, por el siglo VII antes de cristo, un proceso cultural que cambiaría para siempre el curso de Occidente comenzó a gestarse para darle al hombre común (el campesino, el artesano) un lugar en el juego de la cosa pública. Fue así como el ágora (nuestra moderna plaza), la asamblea o el simposio se convirtieron en el escenario común, abierto (sincero, pues nada tenía que ocultar) en donde todos los habitantes, ahora sí devenidos en ciudadanos, podían ser protagonistas de su comunidad, de su tiempo y de sus propias existencias al decir su propia palabra, al hacerse escuchar y a la vez escucharse.
Con este brevísimo resumen de un largo y complejo proceso social, podemos acercarnos al significado originario de dos palabras que nos serán de mucha utilidad para entender nuestro tiempo: democracia y ciudadanía. Veamos:
La democracia será, en conclusión, el Gobierno del Pueblo, en donde el hombre común se vuelve partícipe (es decir, ciudadano, político) de su comunidad, involucrándose con sus otros iguales en las cuestiones públicas. Así nace la política: como un proyecto inclusivo y participativo.
Al correr de los siglos nuestras sociedades, con sus complejidades crecientes, y por otro lado los Estados modernos, con sus extensiones y sus multitudes, han implementado el Gobierno de los profesionales de la política ante la necesidad evidente de la representatividad. Es entonces cuando los políticos, vueltos ahora clase de profesionales, aprovechan la excusa técnica de los sistemas representativos para cerrarse sobre sí mismos, alejando a la persona común de su sociedad, invitándolo a replegarse (literalmente, a encerrarse) en el ámbito privado.
Dos contradicciones podemos encontrar en esta realidad que llega hasta nuestros días. La de una democracia sin demos (es decir, un Gobierno del Pueblo sin el Pueblo gobernando); y, por otro lado, la de un ciudadano que no participa, es decir, un no-ciudadano.
Hacia una democratización de la democracia
Pero este panorama oscuro, del hombre despolitizado (digámoslo de una vez: subhumanizado), descreído y apático ante al secta de los que saben, puede revertirse. En esa dirección va la nueva política.
Y es justamente yendo de lo macro (la Nación) hasta llegar a lo micro (la ciudad, el barrio), en donde las posibilidades de la participación directa del hombre común en su camino hacia la politización se potencian, sin contradecir en lo más mínimo a nuestro sistema representativo. Es entonces cuando esta urgente necesidad de darle plenitud a nuestra democracia exclusiva encuentra su espacio ideal ahora y aquí mismo: a principios del siglo XXI y en General Rodríguez.
Si nuestra ciudad es cosa de todos los rodriguenses, porque lo público nos toca a todos, sin excepción, queramos involucrarnos o no, entonces necesitamos herramientas institucionales que inviten al vecino a comprometerse con el quehacer común, empezando a rehacer el camino que va de la apatía y el descreimiento en la política hacia el ejercicio pleno del ser ciudadano. Y debemos hacerlo porque lo que está en juego es nuestra comunidad, ni más ni menos.
De qué se trata la Banca del Pueblo
En este esfuerzo por democratizar nuestra democracia, el proyecto de la Banca del Pueblo (que, bajo diferentes denominaciones, ya está implementado en municipios como los de Morón o Rosario) busca — quijotescamente— reencontrar al vecino con su comunidad instalando una banca dentro del Concejo Deliberante que le permita hacerse escuchar —decir su propia palabra— ante sus representantes al comunicar sus inquietudes relacionadas con lo público y general.
Por supuesto, el vecino que se acerca a la sesión ordinaria del Concejo Deliberante podrá argumentar, explicar, responder preguntas, pero nunca votar, ya que esto sería anticonstitucional. La aclaración vale la pena: no faltará quien objete que este proyecto va en contra del espíritu representativo de nuestra Constitución Nacional.
Entonces, potenciar la democracia, acercar al vecino al quehacer común de General Rodríguez, elevar nuestras instituciones hacia una apertura de lo público —siempre molesta para ese coto cerrado que pretende proteger cierta dirigencia política—, serán los objetivos claros y sinceros de la Banca del Pueblo.
Una banca para la nueva política
Lo dicho hasta aquí nos ayuda a comprender la hostil realidad política que existe en General Rodríguez. Porque, como todo parece indicar, oficialismo y oposición se unirían para decirle no a este proyecto democratizador.
Ante todo sentido común, nuestros concejales se resisten a que el vecino se acerque a participar en el quehacer comunitario. Se niegan, en fin, a abrir el juego para que el rodriguense común y corriente (yo, usted) podamos vivir desde adentro esa fiesta —así debería serlo— de la vida democrática que es una sesión del Concejo Deliberante.
Y quienes propulsamos esta idea, no podemos dejar de preguntarnos: ¿por qué nuestros representantes le tienen miedo a la palabra del vecino?, ¿por qué les molesta su participación, su presencia en el recinto, sus ganas de ser él también coprotagonista de la construcción de la ciudadanía en nuestra ciudad?
O tal vez el origen de esta negativa esté sintetizada en un conocido precepto de la vieja política que reza: «Toda idea, propuesta o emprendimiento que no surja de nuestro propio espacio de poder (bancada, partido, movimiento, etc.) deberá ser rechazado indefectiblemente». Esta es, quizás, la madre de todas las mezquindades políticas y la que, en definitiva, sigue entorpeciendo con su sectarismo obtuso la construcción de una praxis política madura y superadora.
Ojalá estas pocas palabras contribuyan para instalar un debate serio y honesto sobre la calidad de dirigencia política que los rodriguenses queremos para nosotros mismos.

* El autor es coordinador de la Secretaría de Formación Política y Educación del Partido Socialista de General Rodríguez.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Espectacular, solamente eso